Querida Bitácora:
Hoy jueves, 16 de marzo, me siento frente a la laptop sin saber qué escribir. Nunca fui una persona muy meticulosa en cuanto a lo que quiero decir, siempre he preferido que cierta espontaneidad, creatividad y sobre todo sentimiento cubra totalmente la página en blanco.
A pocas semanas de terminar con el laboratorio, me he dado cuenta de muchas cosas, una de ellas es que la investigación académica no tiene por qué ser un trabajo solitario e individual. Así es, mi yo de los 15 años no lo creería, pero hoy puedo confirmar que el trabajo grupal en la investigación puede ser una de las más gratificantes experiencias que uno puede llegar a tener. Con ello no quiero decir que todo marche como uno desea, en un grupo hay desacuerdos, opiniones contrarias, silencios y contratiempos; el simple hecho de coordinar horarios para reunirse y discutir ciertos asuntos es todo un trabajo. Sin embargo, en un equipo de trabajo encuentras el abrazo cálido que necesitas cuando algo no sale bien. Ver a mis compañeras seguir intentándolo, me motiva a seguir adelante (inserte aquí un corazón).
Yo comencé con la investigación académica a los 15 años, era toda una novata, aunque el amor que tenía por la lectura y la historia hizo que un año después culminé con mi primera monografía extensa sobre el rol de los “periódicos chichas” durante el segundo gobierno de Alberto Fujimori, la cual obtuvo un reconocimiento especial. En aquellos años supe que investigar sería parte de mi cotidianidad y no podía esperar lo que me traería el futuro. Al ingresar a la universidad, todo se dio de mejor manera. Tener acceso a una inmensa cantidad de libros me hizo pensar que era el paraíso, y no exagero, la felicidad que sentí era igual a la de un niño en una confitería.
Mis primeros trabajos universitarios fueron un reto, el cronograma con las fechas de entrega estrictamente detalladas fueron una pesadilla para alguien que solo quería averiguar un poco más. Nunca estaba conforme con lo que leía, quería saber qué había más allá de lo que proponía un autor, la búsqueda de fuentes siempre fue una de mis etapas favoritas en la investigación; sin embargo, toda mi energía se reducía al saber que solo tenía unos pocos días para hacerlo. Es por ello, que una de mis grandes batallas siempre será contra los cronogramas y sus dinámicas estrictas, y no es que estén mal, de hecho, es una herramienta muy útil a la hora de avanzar con tu trabajo. A lo que me refiero es que, cada docente u otro agente al imponer tiempos sin considerar el ritmo de cada estudiante y/o investigador no logran que estos últimos desarrollen todo su potencial en el ámbito académico.
Cuento ello, porque otra de las cosas que más me agrada del laboratorio es que cada una de nosotras tiene el control de su propio tiempo. Obviamente hay compromisos que cumplir, pero estos siempre velan por la comodidad del participante. Algo, supuestamente, simple como el tiempo puede marcar una gran diferencia: o bien es tu aliado, o es un factor de permanente estrés, más aún cuando no defines el tema de tu investigación. De manera particular, mi equipo y yo comenzamos con la idea de investigar sobre el Test de las 16 personalidades y su relación con la elección de los estudiantes de la Facultad de Artes y Ciencias de la Comunicación de la PUCP por su especialidad actual; no obstante, al ser un tema ambiguo y muy genérico tuvimos que reformularlo a otro que se enfocara en los procesos de interacción que ocurrían en ciertas comunidades virtuales en torno a dicho test.
Después de varias semanas y cambios, el tema de nuestra investigación quedó como “El proceso de la construcción de narrativas que circularon en las comunidades virtuales @mbti.memes.en.español de Instagram y Otro Grupo MBTI de Facebook durante los meses de enero y febrero de 2022”; sin embargo, aún no es el definitivo, dado que falta precisar ciertos conceptos como el de “narrativas” y ello nos inquieta de sobremanera. Lo que para algunos el proceso de la construcción del tema podría resultar sencillo, no lo es para nosotras. Retomar, corregir y construir más de una vez la matriz de consistencia lo deja a uno exhausto y más decepcionado con uno mismo. Si bien como equipo vamos al ritmo de cada una, los deberes externos al laboratorio no nos permiten avanzar mucho, sumado a ello, el cansancio emocional también es otro motivo por el cual no podemos avanzar como quisiéramos.
Todo investigador como persona experimenta muchas emociones y sentimientos. Durante estos meses me he dado cuenta que una sola observación a tu trabajo puede ser un factor de confusión y tristeza; asimismo, no poder avanzar más de lo que te gustaría también es motivo de ansiedad y preocupación. Uno siempre se pregunta: “¿qué debería priorizar o por dónde debería comenzar?”. En este proceso donde uno se cuestiona constantemente sobre qué debería hacer ante ciertas circunstancias, la escucha activa y el apoyo moral son un gran medio de resolución de problemas. Por ejemplo, algunas veces me ha tocado ser la persona que motiva a mis amigas, aquella que siempre señala las cuestiones positivas y todo lo que podemos lograr si superamos esas trabas que no nos permiten avanzar, pero en ciertas ocasiones soy yo la que recibe el aliento de mis compañeras de equipo y de otras personas, incluyendo a los coordinadores del laboratorio, quienes muy amablemente te escuchan y te dicen que todo puede salir mejor.
Sé que hoy he escrito mucho, pero espero que al pasar el tiempo pueda recordar todo lo que sentía en estos momentos. Muchas cosas no salen como uno las planifica, pero allí se encuentra la magia de lo desconocido. Yo no sabía que iba a suceder cuando decidí inscribirme en el laboratorio, tenía miedo y ansiedad, pero hoy vuelvo a reafirmar mi decisión. Soy consciente que con mi equipo aún no llegamos a un puerto seguro, seguimos navegando por el mar bravo, pero espero que cuando el sol se ponga podamos haberlo logrado, porque “ningún mar en calma hizo experto a un marinero”.