Confieso que cuando ingresé a la universidad era un estudiante de 16 años que entraba a Comunicación para el Desarrollo. Mis pensamientos no cesaban, las emociones a veces me desbordaban. Veía anime todas las semanas, ya tenía una relación inquebrantable con el FIFA y creo que fueron los años en los que más poesía escribí.
Confieso que tenía muchas preguntas, expectativas y deseos. Siempre pienso mucho en qué pasará al minuto, día, año siguiente y realmente era angustiante que, por distintos momentos, mi cuerpo estuviese en la mañana de un martes de marzo y mi mente estuviese en el viernes del mes siguiente. Confieso que esa forma de vivir aún la conservo, aunque creo que en menor medida. Creo que estoy un poco más presente.
Confieso que en el transcurso de los dos primeros años como estudiante hubo varios descubrimientos que me cambiaron la vida. El más importante, sin dudarlo, fue encontrarme con personas preciosas por quienes solo puedo expresar gratitud y amor. Hay mucho más que podría abordar, pero hay otra confesión en la que me quiero centrar: la emoción de investigar.
Confieso que siempre me ha costado un poco materializar mis ideas, más aún cuando en esos primeros ciclos cada vez conocía más y más ideas, conceptos, teorías de sociología, de antropología, de filosofía, por lo que intentaba unirlos a lo poco que iba aprendiendo sobre la comunicación. Confieso que ir leyendo y conversando con esas bellas personas que mencioné previamente me daba una curiosidad insaciable, pero no sabía que la investigación podía ser una respuesta a ello.
Confieso que eso lo supe una noche de finales de marzo en la avenida Salaverry, subido en el mítico bus ET-35. Tenía que presentar una idea de investigación desde las comunicaciones para un curso y no tenía ni idea de qué quería: ¿Sobre las masculinidades? ¿Sobre el olvido? ¿El fútbol? Cuando empezamos a doblar para ingresar hacia el Ejército, abrí un periódico que había recibido ese día y en la portada había esta palabra que nunca había oído o leído, pero que llamó la atención instantáneamente: la posverdad.
Confieso que me quedé pegado, como cuando escuché Inmortal de MARINA o contemplé Caminante sobre el mar de nubes de Friedrich. La verdad es un tema que a veces se piensa como tan absoluto que la idea de un concepto que lo distorsione o le de otra perspectiva me explotó la mente. ¿Qué es? ¿Por qué se llama así? ¿Puedo investigar sobre ello?
Confieso que ese fue el inicio de un deseo ferviente por seguir investigando. Conecté la posverdad con los medios sociales, el framing, los CGU, la comunicación social y el periodismo. Me enamoré de ese tema, al punto que todas las veces que veía a mis amigxs les hablaba de ese trabajo. Leer, conversar, buscar y aprender solo me sumergían más y más en ese mundo.
Confieso que encontré la emoción de investigar. Desde ese momento, y hasta ahora, mi cuerpo se llena de emoción cuando es capaz de relacionar cosas que parecieran que no tuvieran conexión alguna. ¿Alguna vez se han preguntado sobre cómo los stickers de Whatsapp han revolucionado cómo nos comunicamos o por qué existe el prejuicio del reggaeton como música “mala”? Las posibilidades son tan vastas y eso creo que lo hace aún mejor.
Confieso que existen dimensiones de nuestra existencia que se me hacen tan misteriosas y siempre he querido saber más, como el amor y la muerte, lo que ayuda a que esa emoción, esa sorpresa, ese deseo se mantenga vivo. Sé que mi experiencia no es generalizable ni pretende serlo, sé que esto pueda sonar a un cuento absurdo, pero es lo que siento.
Confieso también que todo esto no me hace inmune a tener pereza, no me hace necesariamente bueno investigando, no me ayuda a resolver esas dificultades de tener claridad que mencioné previamente. Mi tesis necesita ser rediseñada y cada vez que abro ese documento, el cosquilleo aparece, pero no soy constante.
Confieso que mi organización está en proceso de mejora: muchos de mis avances e investigaciones pudieron haber sido mucho mejores si no hubiese decidido redactar un día antes de la entrega final, o si no me hubiese dado flojera revisar el texto, si no hubiese empezado a leer a las 2 de la mañana.
Confieso que soy capaz de reflexionar sobre todo ello porque ahora estoy en una posición un poco diferente. Junto a un increíble grupo tuvimos la oportunidad de crear Comunica Investiga Lab, donde distintas estudiantes y egresadas de comunicaciones están investigando y elaborando proyectos muy interesantes y relevantes.
Confieso que estoy nervioso. No he renunciado a investigar, pero ahora mi rol va más por acompañar y dar nuevas perspectivas a lo que estas personas desean elaborar. Si a veces ni yo entiendo lo que hago, ¿cómo hacer para ser siempre claro con ellas? ¿Cómo saber que la idea que les brindo es buena? ¿Es factible? Confieso que a veces me emociono demasiado y quizás hablo más de lo que debería.
Confieso que es una responsabilidad y un reto muy grande, pero quizás la mejor manera de aprender es probando y errando. Es curioso, sabiendo lo impaciente que puedo ser conmigo mismo, que esa sea la situación, pero lo más importante de todo esto es que no estoy solo.
Confieso, finalmente, que estoy muy agradecido. No sé qué querré investigar mañana, cómo hacerlo o con quienes podría hacerlo, pero soy parte de una comunidad que se está formando y está creciendo junta, donde cada persona que está ahí colabora por el bien del otrx. Confieso que estoy agradecido. Muy agradecido.
IMAGEN: David Friedrich, C. (1818). Caminante sobre un mar de nubes [óleo sobre tela]. Hamburgo: Kunsthalle
